Hoy me desperté entre los recuerdos
que todavía no han sido destronados
del planeta en donde vivo.
Y pienso en todos los poemas
que todavía no le he dedicado.
Y sedicioso de aventuras
yo no paro de mirar hacia la calle
que me está invitando
osadamente hasta la vida
-Así: cierta y peligrosa-,
y me separa de ella
el cristal de mi ventana.
Podrán decir de mí que soy un tonto.
Pero aún sobrevive un nostálgico
vestigio de esperanzas
-que también de paso sea dicho:
me están aniquilando-,
de asomar apenas mi nariz por la ventana
y feliz de mí verte allí esperando para hablarme.
Y perdónenme si les parezco ser un tonto,
pero es que todavía creo tercamente
que al enamorado le suceden cosas increíbles.
Mi vida en verdad ha sido un poco dura
desde que a pesar de mí
vuelvo a vestirte por las noches.
Y me pierdo tontamente en acertijos
que rayan los cielos de mi mundo,
escritos con todas las palabras
que evitaron pronunciarte.
Una vieja idea está tocando
a la puerta de mi mundo
(como si fuera el que regresa
al hogar después de mucho tiempo),
arrepentido y escuchando únicamente
el mismo golpeteo del zapato en las aceras,
marcando el solitario y lento paso de las horas,
después de haber perdido en inútiles apuestas
y en unas pocas manos que siempre se recuerdan,
todo la suerte inexplicable
con la que venimos al planeta.
Y pienso de repente en la trama
de viejas y fantásticas lecturas:
¿No serán todas las fábulas
de los gnomos y los elfos
una inexplicable tempestad
de ideas que se calma
en el amanecer de la escritura?
Yo quería escribir como los dioses.
Yo quería...
Que los corazones que más quiero
leyeran mi poema.
Y encontraran en la estrofa
que encabeza su estructura
un verso principal que
a los hombre y mujeres atrapara
con su primer vocal capital…
O consonante.
¡Ah, Dios!... Mi niño está muriendo.
Mi corazón fue en el pasado
un cálido planeta.
Y tenía las puertas más enormes
que jamás hubiera visto.
En él vivía toda mi familia,
pues las puertas de mi mundo
siempre estaban de par en par abiertas.
Y si algún desconocido venía a visitarme
le apartaba para él un completo continente,
-Europa, por ejemplo-,
y yo se lo confiaba
para que no se sienta incómodo,
todo el tiempo que durara su visita.
Así desatendía todos mis quehaceres
para que mi huésped no se sienta en soledades.
Entonces preparaba
un gigantesco juego de rayuela,
e íbamos saltando desde España
hacia el imaginario cielo
que se acaba en los Urales…
Y así por todo el entero continente.
Yo hacía todo esto
para que mi huésped no se sienta en soledades.
En ese mundo yo vivía con los míos…
Y Había espacio para todo el que quisiera.
Recuerdo que en mi mundo
yo siempre estaba preparando
las mejores tierras…
Por si algún día arribaba mi princesa.
Y entonces ella pueda construir allí su reino.
¡Ay… Si vieran cómo estoy perdiendo el tiempo!
Pues en soberbios rituales cotidianos
yo malgasto horas y horas
En vez de estar alfombrando
el suelo imaginario que ella pisa.
Ahora que mi mundo es un planeta
que se ha helado de a poquito,
yo derrito un poco el hielo con lágrimas amargas.
Así también fueron cambiando
las aguas de los mares de mi mundo…
Cuando todavía me paraba en tierra firme.
Hace mucho tiempo mi corazón era un refugio
Para todo el que quisiera recordar que en esta vida
Aún queda lugar para la magia.
Ahora que mi corazón es un planeta
que se ha enfriado poco a poco,
la idea del invierno me ha enseñado
a defender mis territorios
de los terribles fantasmas que me invento.
Hoy es un día en que el sol está nublado.
Y me recuerdan mis palabras
a mis primeros cuadernos del colegio:
Me voy así hasta mis primeros cumpleaños,
y veo los regalos que me hacían mis amigos:
Recuerdo cómo les quitaba
los fraternos envoltorios:
Muy despacio... Y con miedo a que se rompan.
Desplegaba con marcial esmero
las equinas del paquete;
así de paso en próximas cajitas de zapatos,
en amistosas fechas donde celebraban
los aniversarios mis seres más queridos,
yo pícaramente repetía el envoltorio,
cuando todos se habían olvidado por completo
de la fiesta en que lo había recibido.
A veces mis agasajados pensarían:
¡Con qué dedicación armó este niño mi regalo!
Y en verdad no me sentía un miserable.
Pues cuando en mi mundo todavía
yo festejaba reuniones
dos o tres vísperas antes del día ya fijado,
era ley que nos regía a todos los vivientes
(soberanos, pueblos y vasallos),
considerar el contenido del paquete,
la intensión con que se había hecho el regalo…
Antes que fijarnos
en cuánto nos habría costado la envoltura.
También era un alivio…
pues no tenía que visitar ninguna tienda,
ni pensar de qué color podría
más gustarle a mis queridos,
el envoltorio de una antigua pluma fuente…
Que yo quería regalarles hace mucho.
Según el tamaño del paquete que me daban
yo ya me estaba imaginando
qué podría haber sido ese regalo…
Y también según quién me lo diese;
yo ya especulaba con mis siete u ocho años,
cuánto podría terminar gustándome el obsequio.
Si venía, por ejemplo, del lado de mis padres
yo sabía que era algo que hace mucho les pedía.
Ahora que mi corazón es un planeta
que se ha enfriado poco a poco,
y en sus océanos navegan
sínicos témpanos helados,
ya han dejado de importarme demasiado
el papel del que se envuelven
finamente los obsequios.
Lo malo es que ahora ni me fijo
si arrugo o no arrugo
el envoltorio para abrirlo,
ni tampoco de quien viene:
Pues ahora que mi mundo es un planeta
que se ha ido helando poco a poco
me da igual si es o no mi cumpleaños
con tal de recibir un agasajo.
(Y de paso saber que aún le importo a alguien).
Cuando mi mundo aún era templado,
yo recuerdo con gran pena,
que guardaba en una caja de zapatos
pequeños amuletos que me harían recordar
felicidades o tristezas.
Allí guardaba insignias, emblemas y semblantes.
Por ejemplo, diminutas banderitas
que había rescatado del incendio
en cada país que alguna vez he conquistado.
Y por supuesto: Las cartas
de mis reinas más queridas.
Juguetes yo guardaba de recuerdo,
por si alguna vez otro comarca
me pedía testimonio
de los años más felices de mi historia.
También me he refugiado muchas tardes
dentro de mis cajas de zapatos:
Eso lo hice si invasores de otros mundos
que venían por mis tierras,
me dejaban fatigado
después de la batalla.
Mi mundo se ha ido helando más y más
cada vez que el opresor invierno
vencía con sus nieves poderosas
las fuerzas de todos mis ejércitos.
Y así después de muchos años,
aunque yo siempre me había
imaginado lo contrario,
se acabaron todas las raciones.
Y otras tropas acamparon
en la noche de mi mundo.
(Sabrá Dios su procedencia).
Los ejércitos inciertos
aceptaron servir a mis propósitos.
Pero igual yo mucho no confiaba:
Le temía a las revueltas o motines;
pues a cambio de su espada
Siempre estaban exigiendo que les diera
lujosos aposentos…
Y títulos que aún no merecían.
Yo recuerdo que cuando mi corazón
era una tierra de templadas tardes,
yo no escribía nada que no fuera perfecto.
Y pensaba mucho cada verso de mi estrofa.
Mientras mi corazón aún era cálido
pensé mucho antes de hablar o dar consejos…
pues detestaba a las palabras que sobraban.
Mas ahora que mi corazón ya es un planeta
que se ha enfriado de a poquito,
francamente no me importa mucho
rellenar mis poesías con palabras
que no rimen demasiado.
Cuando mi corazón aún era un mundo
que no se había enfriado
a mí no me importaba demasiado
lo que había sido cierto.
Y mis deseos se fundaban
en los sueños que aún eran posibles.
Hace un tiempo mi corazón también ardía
como un crepúsculo de lava
que al paso devoraba con paciencia,
los campos de maíz desprevenido.
Hoy hasta me avergüenza recordar
las fantasías que tenía por las noches.
En un tiempo yo ordenaba con prolijo esmero
a todos los países de mi mundo,
y a sus pueblos yo cebaba con bondades,
para que así nunca hubiera guerras
por el hambre ni por terrenos.
Y yo me quedaba despierto hasta muy tarde
(Se los juro)
regalándole caviar a los niños desnutridos;
y les daba consuelo a los ancianos de mi mundo...
Ya que habían malgastado de a poquito, uno por uno,
los días de la adolescencia incautivable.
Hectáreas de esperanzas repartía
para que después de la cosecha los obreros
fabricasen sobre el campo su morada.
Y así si en mi planeta alguna vez había guerra,
yo con diplomacia la acababa sin demora.
Claro que en ese tiempo yo más me dedicaba
a pensar cómo se deben acabar las discusiones
que defienden los extremos...
Descuidando lo importante.
Ahora me permito
que la gente que visita mi castillo
pase hambre, pase frío...
Y le soy indiferente a la discordia.
El globo terráqueo que acunaba
a los cinco continentes de mi mundo
poco a poco se ha ido helando.
Y hoy sus puertas
(que antes invitaban hacia adentro
a todo el que pisare en su felpudo)
se fueron entornando demasiado.
Pero hace 20 años
Mi mundo aún era cálido.
Ahora únicamente
Transmite templanza mi escritura.
De vez en vez, cuando postergo mis deberes,
Y asomo apenas mi nariz por la ventana...
¡Allí están todavía los cinco continentes!
Con todos sus países…
Y todas sus ciudades capitales.
Y esta noche me quedaré
despierto hasta muy tarde
(Te prometo),
Imaginando que toda Salamanca está desierta...
Y un castillo alzaré hasta las estrellas
Y en tributo de tu nombre
Para que sea tu aposento...
Y nunca más quieras marcharte
de mi mundo abandonado.
Pero sé que las poderosas nieves
del invierno repentino
volverán urgentes a mis tierras…
Y helarán mis continentes.